viernes, junio 12, 2015

Decimosexto libro 2015: "El jilguero" de Donna Tartt.

Estuve por pedirle al cura que tocara las campanas el día que terminé con el jilguerito de marras. ¡Madre del amor hermoso! No se si alguna vez he penado tanto para acabar un libro. Claro que más tonta soy yo que en lugar de empeñarme en acabarlo no lo llevé al contenedor del papel tras soportar las primeras doscientas páginas de mortal aburrimiento.
Que si la primera gran novela del siglo XXI, que si no hay media docena como ellas cada década (menos mal), que si la autora es poco menos que la nueva Dickens, que si patatín, que si patatán... Que está visto que las editoriales se trabajan el posicionamiento web para que sólo salgan buenas críticas en las primeras quinientas entradas de los buscadores, o por lo menos hasta que se aburra una de buscar las malas. ¡Y un jamón! tantísimas páginas para configurar un ladrillo insufrible.
Unos personajes planos, una trama casi inexistente, una casi total falta de descripciones tanto de los protagonistas como del entorno, que sabes que están en Brooklyn, en Las Vegas o en Amsterdam porque te lo dicen no porque nada en el relato te lleve con la imaginación a esos lugares. Que lo único que describe bien son los efectos de la explosión en el museo con la que casi comienza el libro y me temo que es porque la autora vio las imágenes de los momentos siguientes de las explosiones de las torres gemelas, con el polvo gris sobre las cosas y la gente. El resto del libro es soporífero hasta el infinito y más allá, salvo en la página 816 que consiguió sorprenderme un poco, pero ¡ojo tía Paca, tener que llegar a esa página para encontrar una mínima sorpresa! 
Relato lento, interminable y sin interés alguno la mayor parte del libro. Lenguaje infantil, facilón y simple. Que vale que comienza con recuerdos de infancia pero que el protagonista, supuesto narrador, es ya un hombre hecho y derecho cuando comienza el relato en la habitación de un hotel de Amsterdam. Que bueno está que cuando refiere conversaciones entre su yo niño y otro amigo suyo también menor utilice lenguaje de niños pero no en toda la narración. Que tiene ya el muchacho veinte años y creemos que todavía anda por los trece.
El libro comienza, como he dicho, con nuestro protagonista, Theo Decker, refugiado (no sabemos por qué) en la habitación de un hotel dispuesto a entretener su tiempo recordando su vida, a la vez que nos amarga la nuestra con su relato.
Pese a afirmarse como una especie de niño prodigio colocado en un curso superior al que le corresponde por edad un problema en el colegio hace que su madre deba perder una mañana de trabajo para hablar con su tutor, aprovechando parte de esa libranza para visitar con su hijo el Museo Metropolitan de Nueva York justo el día en que tiene lugar en el mismo un atentado que provoca la muerte de su madre, entre otras personas, y de un anticuario que también visita el museo con una sobrina.
Nuestro maravilloso Theo, en lugar de correr como un loco a buscar a su madre, acompaña al anticuario en sus últimos momentos de vida heredando un anillo que le llevará a la tienda que el moribundo tenía junto con otro de los personajes del libro y, aprovecha también la explosión para llevarse uno de los cuadros del museo: precisamente el que da título al libro, saliendo del Museo como si tal cosa y guardando el cuadro de Fabritius en su casa y luego en diferentes sitios sin que se le ocurra devolverlo mientras se siente culpable a ratos.
Primero en casa de un amigo rico pero con una personalidad retraída y medio friki, después con el padre y su nueva pareja que se dedican a actividades poco lícitas en Las Vegas, Theo Decker nos cuenta su vida y la de un amigo suyo ruso casi día por día, trago de vodka tras trago de vodka, colocón de droga tras colocón de droga (que ni el profesorado del cole ni la familia detectan nunca), paseo de perro tras paseo de perro... pocos amigos, nulas relaciones personales, tedioso relato prolongado en el tiempo con una simpleza que desespera.
Yo con ganas de dejar el libro volví a buscar críticas a ver si alguien se había dado cuenta de que no merecía la pena y podía justificar el abandono y leo: "No se trata solo de suspense y de intriga... (¡¡¡dónde!!!) Donna Tartt ha creado una novela gloriosa, que nos devuelve el placer intenso y compulsivo (¡¡¡Uh!!!) de la lectura". Claro que esto lo dice Michiko Kakutani que aunque americana algo tiene de japonesa y lo japonés y yo no acabamos de entendernos. Y además también le dieron el Pulitzer como a Donna Tartt y tendrán que apoyarse entre sí para retroalimentar sus elogios.
En fin que seguí soportando a Theo Decker colando otros libros pero volviendo al jilguero a ver si por, casualidad cantaba algo mejor en alguna página. Pero "que si quieres arroz Catalina", que salvo la sorpresa de la página 816, que también sorprende al propio Decker, no le he visto la gracia al libro, que además incumple alguno de los principios de la trama como es ocultar cosas al lector, que pese a contar minuto a minuto su vida, en las últimas páginas dice que ha estado escribiendo siempre una especie de diario siendo así que nunca lo menciona en las casi mil anteriores páginas. Se cruza Estados Unidos de punta a punta y los personajes del libro siguen siendo prácticamente los mismos sin evolución ni sorpresas. Y que parece que al final, cuando por las páginas que quedan no puede animarse la cosa, hace un intento de buscar acción pero... nada. Se acaba el libro con una solución simple, pero simple, simple. Humo y final americano sin consecuencias nocivas para el prota.
En fin, que me parece una fabulosa operación de marketing a gran escala, generando expectativas cuando la autora está todavía perpetrando el libro (casi diez añitos), anuncio a bombo y platillo, grandísimas tiradas en varios idiomas, mucha publicidad y elogiosas críticas (todas buenas o bonísimas), premio Pulitzer... y si luego no lo lee nadie (que dice Amazon que se queda todo el mundo en las primeras páginas y casi nadie lo acaba) ya han conseguido que lo compren millones de personas. Negocio redondo y a otra cosa mariposa que total hasta dentro de otros diez años que la señora Tartt publique otro les da tiempo a volver a repetir la jugada.
Nota: en cuanto a la ausencia de críticas negativas (en castellano casi no las he encontrado) parece que hay una corriente en contra de las mismas, lo cual no entiendo, porque una cosa es hacer crítica destructiva de cada libro o de cada autor que apunte maneras e intentar cargarse a quienes escriben y no tienen todavía fama, o hundir un libro porque quien critica en tal periódico no lo considera digno de su crítica, y otra muy diferente que sólo suban a los medios los libros que ensalzan quienes escriben en ellos, aunque sean más raros que un burro a cuadros o no merezcan ser leídos.
Que si casi nadie es capaz de terminar la lectura de un libro determinado que los estetas que escriben en determinados medios consideran una obra de arte, igual el problema no es del público lector sino de que hay mucha tontería suelta. O, peor todavía, cómo no caer en la tentación de pensar que en esta época de corrupción a discreción, ni las críticas estén ausentes del sistema.
Que vale que las editoriales que publican los libros sólo les tiren flores y haya pactos de no agresión entre editoriales (que al fin y al cabo cada vez son menos las independientes y entre un par de grupos tienen todo el mercado) pero la ausencia total de crítica me preocupa enormemente y limita la posibilidad de elección de quienes leemos que ello puede ocasionar que todo el mundo lea lo que las grandes editoriales quieran que leamos.Bueno, pues mi afán de llevar la contraria a la corriente hace que no esté de acuerdo con el sistema. Que conste en acta.
Idea: estoy por abrir un blog de críticas negativas de libros que solo las tienen buenas.

No hay comentarios: