viernes, diciembre 30, 2016

Decimoséptimo libro 2016: "Los crímenes de Cater Street", de Ann Perry.

Con esta novela Ann Perry inició la saga de su detective Thomas Pitt. He leído algunas de su otro detective William Monk y me ha parecido más de lo mismo aunque la veo más floja, no en vano fue la primera que publicó. Por cierto que su título en inglés viene a ser el verdugo de la calle Cater, lo que me parece relevante para la historia ya que hablar de crímenes en general no es lo mismo que hacer referencia a la figura de un verdugo que "ajusticia" a las personas que mata y da pistas sobre el culpable.
La historia es simple: van apareciendo cadáveres de mujeres asesinadas en la misma zona, todas estranguladas con un alambre, sin aparente motivo y sin dejar muchas pistas para la investigación de la que se encarga un aparentemente anodino policía cuyo sistema policial no pasa en este libro de preguntar y preguntar a supuestas personas sospechosas o buscar testimonios. Claro que en el siglo en que se desarrolla la acción no había pruebas de ADN ni modernos métodos policiales, aunque se hace un poquito pesado porque dan ganas de decirle al policía que puede hacer todas las preguntas juntas el mismo día todo en lugar de ir cuarenta veces a la misma casa (aunque le haga tilín una de las hijas).
Vemos los asesinatos desde la perspectiva de una de las viviendas del acomodado barrio donde vive Charlotte Ellison con sus padres y hermanas, una de ellas casada.
En el hilo argumental de la historia seguimos el relato de sospecha en sospecha pensando que cualquiera puede ser quien lleve a cabo las muertes pues enseguida se deja de pensar en un delincuente habitual buscar la culpabilidad de alguien del vecindario que cuando no está matando lleve una vida normal, lo cual desestabiliza la vida diaria de los protagonistas que comienzan a mirarse de reojo sospechando hasta de las personas con las que tienen más intimidad.
Independientemente de la trama Ann Perry se ocupa de las diferencias sociales, de la hipocresía de las clases pudientes que se permiten conductas libertinas a la vez que exigen a los demás honestidad, del desprecio al policía por considerarlo de clase baja y que se ve obligado a ir a las casas a investigar en lugar de citar a la comisaría a quienes toma declaración, las diferencias entre sexos, la doble vara de medir a hombres y a mujeres, ya que se permite a los hombres comportamientos inapropiados que serían intolerables en una mujer a quienes ni siquiera se permite leer las noticias de los crímenes en el periódico. Los métodos de investigación son rudimentarios pero la maestría de la autora nos lleva a pensar que nadie está libre de culpa aunque me pasé más de medio libro con la mosca detrás de la oreja.
Es interesante la idea de que cualquiera puede cometer el crimen con independencia de la clase social a la que pertenezca, la educación o su apariencia, así como las distintas motivaciones que se estudian en la novela como causas de las muertes, sobre todo la consideración de una especie de enfermedad o pulsión hacia el asesinato en personas aparentemente normales y con una vida familiar en principio estable. También llama la atención la forma en que se habla de las víctimas casi culpándolas de su propia muerte analizando si llevaron o no una trayectoria intachable como mujeres (porque los hombres no necesitan cumplir con esa exigencia ya que les está permitido cualquier "desliz") y casi justificando el asesinato cuando algo en su comportamiento había dado que hablar. No andamos muy lejos si ponemos atención al tratamiento de los casos de asesinatos de mujeres, que no veo yo que se haga referencia al estado civil o a si está o no en trámites de divorcio o si tiene nueva pareja cuando se trata de un varón a quien, pongamos por caso, apuñalan en la calle.

No hay comentarios: