martes, febrero 13, 2018

Cuarto libro 2018: "Asesinato en la planta 31", de Per Wahlöö.

Es un libro un poco aburrido pero da qué pensar sobre muchas cosas de nuestra realidad actual, aunque se escribiera en 1966, así que no esperéis móviles ni Internet.
No sabemos dónde ni cuándo se desarrolla la trama, aunque sabemos que es en el futuro y no muy diferente a nuestro presente en lo que a la realidad cotidiana respecta. No es una distopía al uso pero algo pulula por el ambiente que hace pensar en ellas.
Una única empresa de medios de comunicación es la propietaria de todos los que se publican y aunque se editan muchos periódicos y revistas, todas las publicaciones, muy parecidas entre sí, tienen en común ser "light". Al principio no nos damos cuenta y parece que no hay nada raro pero según avanzamos vamos viendo que algo ha pasado para que las personas del libro sean todas tan pacíficas, trabajadoras y obedientes y que además la natalidad haya descendido de manera alarmante a la vez que los suicidios son cada vez más.
Es una novela policíaca, aunque no hay asesinato ni cadáver. Comienza con una amenaza de atentado. La gran corporación mediática ha recibido una carta anónima de esas de las películas en las que el mensaje está compuesto por letras recortadas de periódicos, revistas o libros en la que se avisa de la colocación de una bomba en el rascacielos en el que tiene todas sus oficinas y rotativas. Aunque son reticentes a abandonar el edificio por temor a las pérdidas que ello supondrá, acuerdan desalojarlo pero sin dar a conocer a la opinión pública qué está pasando. Por cierto, que el edificio tiene sólo 30 plantas o por lo menos a la planta 30 llegan los ascensores y nadie parece saber qué hay más arriba tras una puerta que nadie parece haber traspasado.
Todo ello, sumado a determinados comportamientos, digamos poco democráticos, nos van confirmando en la idea de que las apariencias de la sociedad que se retrata ocultan un régimen bastante más autoritario de lo que parece.
Las investigaciones policiales se encargan al comisario Jensen, un personaje plano y rutinario, que come fatal y sufre un recurrente dolor en el diafragma, y cuyo único método de investigación consiste en el interrogatorio de sospechosos, que a la sazón son quienes recibieron un determinado diploma cuya tipografía y papel coinciden con los del mensaje. Les hace siempre las mismas monótonas y rutinarias preguntas sin que parezca interesarse en modo alguno sobre ninguna otra cuestión ni explicación. Es un personaje solitario y demasiado seco que no resulta simpático. Tiene poco tiempo para realizar su trabajo y sus jefes e incluso los de la corporación tienen prisa por cerrar el caso, si bien la excesiva profesionalidad del comisario avanza sin tregua en sus pesquisas.
Aunque no deja hablar mucho a las personas a las que interroga, es precisamente a través de ellas como vamos conociendo el funcionamiento de la corporación y dando cuerpo a los problemas de la sociedad tan aparentemente ideal en la que viven y al final el por qué de las amenazas y qué hay o no hay en la aparentemente inexistente planta 31.

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