lunes, marzo 19, 2018

Octavo libro 2018: "Ana", de Roberto Santiago.

¿Una novela de juicios y abogacía en los tribunales españoles? A por ella, me dije, aún temiendo que cualquier parecido con la realidad de la justicia patria pudiera ser mera coincidencia como en muchos otros libros que parecen haber mamado más de las películas americanas que de los foros hispanos. 
Cual no fue mi sorpresa al encontrarme en las primeras páginas el relato de una asistencia al detenido tal cual son, y tan actual que hasta le facilitan parte del atestado para que la letrada se instruya. La cosa prometía y, aunque lo de brillante abogada penalista caída en desgracia languideciendo en un mediocre despacho, me tenía un poco mosca, me sumergí en las páginas (demasiadas) de las peripecias de Ana Tramel, que comienza el libro con una resaca del quince y debe espabilarse para asistir a su hermano en el cuartel de la Guardia Civil de Robledo donde ha sido detenido por homicidio.
Al contrario que la abogada, que es adicta a casi todo desde que algo que le ocurrió en el pasado provocó su debacle profesional y personal, su hermano sólo es adicto a una: al juego. El chico se juega hasta las pestañas y en una trifulca con uno de los socios de un gran casino de Madrid, Alejandro Tramel le mata con todo lujo de testigos de su entrada en el despacho y con las cámaras del mismo grabando los hechos con perfecta nitidez. ¡Bah!, pensé. Ahora la super-abogada renace de sus cenizas y es capaz de buscar algún subterfugio para lograr que su hermano eluda las consecuencias pernales de sus actos. Pues no, el chico se suicida en la celda, con lo que nos quedamos sin juicio por homicidio y quinientas páginas de querella contra el Casino Gran Castilla en nombre de la viuda del homicida muerto por presuntos delitos de amenazas graves, coacción, extorsión e inducción al suicidio. Pues eso, con un par, y pidiendo una indecente cantidad de dinero como indemnización. Y además en un juicio con jurado en la Audiencia de Madrid habilitando días de agosto. Que no me imagino yo la carcajada del Magistrado a quien se solicitara habilitación semejante para un juicio así.
Además de este juicio asistimos a las vistas de Concha, amiga y primero jefa y luego medio socia de Ana, en relación a su divorcio y los malos tratos a los que la sometía su marido.
A ver cómo lo digo, que salvo pequeños errores y un desarrollo temporal bastante inverosímil, el autor demuestra que se ha asesorado estupendamente en relación al proceso y sobre la legislación vigente, pero que el comportamiento de la abogada no sería tolerable ni el el Juzgado más pequeño de España, también. 
Reconozco que he leído el libro buscando fallos jurídicos y mirando el número de páginas que me quedaban (siempre me parecían muchas) para llegar al final, así que hacia la mitad estaba un poco cansada de ver a Ana Tramel riñendo con todas las juezas, escapando de las consecuencias reglamentarias e incluso penales de sus actos, batallando por un procedimiento que no había por dónde cogerlo, y harta de oírla referirse a su capacidad para aguantar golpes, que los recibe en cantidad figurados y reales, hasta que decidí leer el libro como si fuera americano olvidando la falta de credibilidad e insostenibilidad de sus pretensiones, y acabé disfrutando al final con las argucias extrajudiciales de mi colega de ficción ayudada por su investigador de confianza que llevan la trama a un sorpresivo, o no tan sorpresivo, final.
Si tuviera algunas páginas menos, le hubiera dado un poco tiempo a la protagonista para sanar sus heridas y el procedimiento tuviera una duración temporal más acorde a lo que suele ser la práctica forense, creo que hubiera ganado puntos la historia. Aunque, de todas formas no creo que Ana Tramel haya colgado definitivamente la toga, porque su personaje tiene mucho potencial para nuevas historias de juicios, si no la matan a palos en alguna de ellas.

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